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Foto del escritorValerie Rodas

UNA HISTORIA DE COLORES

Me senté a tomar un descanso en la orilla del Palacio de los Capitanes, recosté mi espalda en una de las inmensas y frías columnas que recuerdan lo antigua e histórica que es la ciudad colonial.


Llevaba en mi cabeza una gorra, lentes oscuros descansando sobre mi nariz y la comodidad de haber transitado desde la ciudad en automóvil, había almorzado en un restaurante unos minutos antes y llevaba puestos mis tenis favoritos para caminar, los cómodos. 


Vi hacia arriba y le sonreí­ por cortesía, sabía que pasaríamos algunas horas compartiendo porque ambas esperábamos el paso de un cortejo procesional. Por sacar conversación, le mencioné lo fuerte del calor y lo mucho que había caminado esa mañana; ella coincidió con mi comentario y me contó que también estaba cansada porque junto a sus hijos, esposo y suegra, habían caminado varios kilómetros para llegar desde su comunidad, una de tantas cercana a Ciudad Vieja; me compartió que afortunadamente ya había almorzado, gracias a unos panes que habían preparado antes de salir.


En ese instante, mis privilegios se convirtieron en una contundente bofetada imaginaria que me despertó a la realidad de esta patria desigual, justa para unos pocos. 


Guatemala es el país con mayor proporción de población indígena en América Latina. Entre 2002 y 2018 la población indígena tuvo un crecimiento de 41% a un 44%. La desigualdad en Guatemala afecta especialmente a los pueblos indígenas y afrodescendientes.


Nataly es indígena y mujer, una combinación complicada para tener abundancia de recursos en Guatemala.


Comenzamos a conversar, su amabilidad y carisma hacían sencilla la convivencia, su sonrisa es amplia y en sus ojos se refleja un brillo de lucha y esperanza. 


Durante nuestra plática, compartimos detalles de nuestra cotidianidad, aunque confieso que soy yo quien más preguntas hace por esta compulsión de toda la vida, de cuestionarlo todo, por curiosa, porque intuyo que hay historias que transforman y que fácilmente se vuelven letras.


Es tejedora, sus manos convierten hilos en espectaculares textiles de colores, en folclore, pero el pago por ser artista, es apenas suficiente para lo básico, no hay espacio para gustos, cuando me cuenta de números, las cuentas, adaptadas a mi día día, no tienen coherencia y eso que no tengo dependientes. Nataly utiliza su huipil únicamente en ocasiones especiales, como la de ese esperado Quinto Domingo de Cuaresma. Tiene otro, pero lo guarda para los quince años de su hija, quien posiblemente se anime a utilizarlo en una pequeña celebración que anhelo para el próximo año, para eso hay que ahorrar y lograrlo es complicado, por ello no celebran sus cumpleaños, un pastel es un lujo que está muy lejos de su bolsillo. Las prioridades son otras, tales como conseguir atención médica para un problema auditivo que tiene su hijo. 


A modo de anécdota me cuenta que, durante la pandemia, se quedó sin ingresos porque nadie contrataba sus servicios de tejido, caminaba entonces hasta el centro de La Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros, acompañada de una bandera blanca, a veces recolectaba suficientes alimentos, tantos que compartía oen su comunidad, otras veces, no había ayuda disponible. La sigo escuchando, con empatía y una impotencia enorme, le pregunto su edad, es que ha vivido tantas cosas, tanta lucha que me sorprende al enterarme de que tenemos los mismos años encima.


Su esposo es ayudante de camioneta y su hijo está aprendiendo también el oficio, este ingreso ayuda a pagar los estudios en un centro educativo de una ONG, pero las cosas se tornan complicadas conforme sus hijos culminan etapas escolares, es decir, el costo incrementa de primaria a básicos y a diversificado, a veces piensan que ya no será posible cubrir los Q50 de colegiatura; me quedo pasmada de pensamiento, con indignación.


Me muestra algunas fotografías de los muñecos que hace para tener ingresos adicionales, me quedo fascinada con su talento. La conversación se extiende durante un par de horas, me cuenta de sus anhelos, que son pocos, uno de ellos el de tener un espacio amplio para vivir, uno donde cada uno tenga su habitación. Nuevamente, la bofetada de realidad aparece con un ardor profundo, mi privilegio intenta asfixiarme, lo agradezco, pero me molesta que las oportunidades no están a disposición de todos. 


Afortunadamente, Nataly sabe leer y escribir, sus padres no. Me cuenta que en el centro educativo, sus hijos están aprendiendo de diversos temas, incluido el racismo y la discriminación, me alegra.


Teje de lunes a sábado el día entero, le pagan por pieza, le gusta su profesión y acompaña sus días con música cristiana. Hablamos de muchas cosas, como si nos conociéramos de tiempo atrás. Le conté que quería escribir sobre ella, que me gustaría publicar su contacto para que­ venda sus creaciones, accedió emocionada.


Tiene variedad de diseños, entre ellas las famosas “quitapenas”, por mayor hay precios más cómodos. Hace envíos a toda Guatemala, pueden escribirle por WhatsApp, aunque no siempre tiene internet disponible, pero me asegura que responderá cada mensaje y encargo.


Nataly y su familia, como millones de artesanos indígenas, no necesitan caridad, sino comercializar sus productos, con precios dignos y acceso a obtener oportunidades de expansión.


Su número es el 5810-6253. 



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