Si usted ha estado por este espacio desde el año 2020, recordará que estuve documentando pensamientos y sentimientos desde el inicio de la pandemia. A quienes se han unido recientemente, al final de la lectura les dejaré los enlaces de los artículos anteriores si gustan viajar en el tiempo. Hoy, somos libres de nuevo, aunque eso de libres, es relativo. La pandemia pasó a segundo plano en nuestra vida, pocos utilizan aún mascarilla y los límites de aforo terminaron. La normalidad tomó de nuevo el control de la TV para instalarse en nuestro sofá. Sin embargo, a mí me está sucediendo algo que desconocía por completo antes de marzo del 2020.
El 1 de marzo de 2021 me desmayé, durante toda la semana tuve varios síntomas que me alarmaron, sucedió todo casi un año después del encierro. Visité a una cardióloga y luego de varios exámenes determinó que debía tomar, hasta nuevo aviso, un medicamento para el control de mi ritmo cardiaco. Desde allí, todos los días ingiero una pequeña pastilla con forma de corazón que marcó una diferencia notable en mi ritmo cardiaco y diario vivir. Para ese momento, el encierro por la pandemia era aún una costumbre, continué trabajando desde casa, privilegio que agradezco hasta la fecha y me abstuve de decenas de reuniones con más de cinco o seis personas. Para inicios del 2022 comencé a sentir que la mascarilla podía ser imprescindible y me animé a salir un poco más.
En julio de 2022 visité por primera vez en dos años un área de multirestaurantes en un centro comercial. Fue la primera vez que sentí esas incontrolables ganas de huir.
Posterior a esa salida, contraje COVID-19, estaba pasando por una situación emocional peculiar en mi vida y tenía poco tiempo para “sufrir” la enfermedad, la pasé muy mal durante 48 horas pero no tan mal como esperaba al ser asmática. Durante los meses siguientes, me costaba mantener una conversación fluida en alguna reunión de trabajo de más de 10 minutos, comenzaba a perder la voz, como si estuviera nerviosa, lo cual es extraño porque hablar y comunicar ha sido algo que siempre disfruto.
En noviembre asistí a un concierto, mientras hacía la fila para ingresar, sucedió mi primer episodio fuerte de angustia, ver a tantas personas me dejó en shock, verlas de pie, bailando, el ruido, las luces, la euforia de todos por ver al cantante, me paralizó, sentía que mi cuerpo iba a ser aplastado, que no podía respirar y que mi vida iba a terminar en un trágico incidente de un segundo a otro. Contrario a todo lo que he hecho en mi vida, que ha sido disfrutar el momento, decidí retirarme a pesar de haber invertido en una entrada costosa y de haber esperado con mucha emoción ese momento, no entendí qué me pasó pero sentí un alivio que no tenía precio al estar fuera, sin estar rodeada de personas.
Desde ese momento, he tenido otros episodios de angustia en multitudes, uno de ellos durante la Semana Santa, época que toda la vida he disfrutado caminando entre multitudes y colores. Hasta el momento soy incapaz de entrar en un espacio cerrado en el que vea mucha gente, me descubro buscando en todas partes puertas, ventanas, espacios ventilados y distanciamiento físico de al menos un metro; mi sentido del olfato ahora es muchísimo más agudo, percibo los olores fuertes de una forma desagradable.
Cuando siento que se acumula mucha gente a mi alrededor, comienzo a sentir náuseas, calor y la necesidad de respirar profundamente porque el aire se me hace poco. No disfruto el contacto físico al saludar y prefiero estar en casa donde tengo el control de mi espacio. El colmo fue estar a punto de dormir y sentir que no podía respirar porque la puerta de mi habitación estaba cerrada, hice un ejercicio mental repasando las ventanas y áreas de ventilación de mi casa y finalmente me calmé.
Todo esto es desconocido para mí, me siento vulnerable ante estos síntomas que estoy aprendiendo a conocer y a controlar, y sí, creo que es consecuencia de la pandemia por entrenar al cerebro durante meses, enseñándole que hay peligro al convivir con los demás, peor aún si son desconocidos, que las áreas sin ventilación son inseguras, que no utilizar una mascarilla puede causar la muerte y que el contacto físico con personas que no son con quienes vivo en casa, es arriesgado, antihigiénico y debe evitarse a toda costa.
Gracias a Dios, no perdí la vida, ni mi trabajo ni a mis seres queridos por el COVID, poco puedo quejarme. Pero sentí necesario expresar estas secuelas con las que ahora convivo, la nueva normalidad me trajo una forma de vida borrosa, que desconozco y a la que espero pueda adaptarme pronto. ¿Y usted, querido lector, cómo está después de la locura de los años que hemos vivido?
Parte I abr-2020
Parte II jun-2020
Parte III sep-2020
Parte IV dic-2020
Parte V jul-2021
Comments