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Foto del escritorValerie Rodas

MUNDITO

Ni Edmundo ni Raymundo, su nombre era Mundo.


No me vaya a creer tanto, pero tampoco muy poco, porque si usted no me cree lo que le cuento, entonces esto sería nada más que un cuento. Y no es cuento porque lo contaron las tías, las abuelitas y las primas, como si allí hubieran estado, como si esta historia la habían presenciado.


Tras varios años de solicitar a cada una sus recuerdos para cotejar versiones, confirmé que aquellos sucesos eran hechos y no invenciones; y viendo hace tiempo una fotografía muy antigua me quedé yo también convencida de su extraordinaria existencia.


Son cosas que pasan en los alrededores del Lago, allá en Sololá donde es difícil separar la fantasía de la realidad. Esto pasó por ahí por 1930, la referencia existe porque por esa época se casó la bisabuela de la familia, no de la mía, pero como si lo fuera.


La hermana de Lola había tenido desde muy joven, diecisiete hijos, una cosa tremenda para estos tiempos, pero común en aquel entonces; su esposo quien era décadas mayor que ella, era también hermano de quien embarazó a Lola y lamentablemente escapó de la responsabilidad y a esta pobre mujer le tocó criar en soledad a su único hijo, Mundo, a quien las memorias retratan como un enérgico varón.


Decían en el pueblo que “Mundito” era sabio, también que si se observaba detenidamente su paladar, se asomaba una especie de cruz; aprendió a caminar y hablar muy pronto, hacía travesuras cómicas que pocas consecuencias tenían por su humor y su encantador rostro de tez morena clara y cabello oscuro. A una de sus tías, no la quería mucho y con risas le decía que le había dejado “besitos” en la almohada, escándalo era el hecho ya que lo que hacía era dejar pequeñas manchas de sus heces antes de que su madre lo limpiara.


Mundo tenía una personalidad peculiar, a sus 4 años de edad, vestía formal, con camisa color crema y pantalón de tela y con su característica formalidad acudía fielmente a la Iglesia del pueblo todos los domingos. Caminaba solitario a su encuentro con la imagen de Jesús. Era esta su rutina desde meses atrás, parecía un disparate; pero los habitantes de la comunidad se habían acostumbrado ya a su inteligencia y gracia.


Una tarde de tantas, con el frío del lago de testigo, Mundito dijo muy serio a su madre: “En unos días me viene a traer mi papá (Jesús), no te vayas a poner triste porque voy a regresar por vos…” Lola se quedó helada del susto, la convicción de su hijo le causaba consternación; las tías también escucharon, y naturalmente se angustiaron, querían pensar que era otro disparate de los que Mundo, posiblemente de apellido Ramírez, constantemente decía. Comenzaron entonces, desde aquel día los cuidados adicionales al pequeño muchacho, por aquello de las dudas. Estaba el pueblo vigilante de sus cortos pasos, los rumores ya se habían esparcido.


Una mañana, una semana después de aquella conversación, el llanto de la pobre Lola estremeció aquel humilde hogar; Mundito se había muerto, y no supo nadie la causa, más que lo obvio de sus inocentes ojos eternamente cerrados. Fue aquel suceso inexplicable, inesperado para algunos y ya sabido para quienes sí creían en las ocurrencias de Mundo.


La tristeza, tan profunda como el Lago de Atitlán, dejó a Lola sin palabras por unos días; sin embargo, Mundito cumplió lo que había dicho con convicción e inexplicablemente también, su madre ya no despertó más. Se había cumplido su premonición y fue así como la historia de Mundo, quedó grabada en la mente de una familia, de generación en generación.


Si no hubiera sido porque pasó en Sololá y porque quienes me lo contaron suelen hablar constantemente con la verdad, yo también hubiera creído que el pequeño Mundo fue solo un invento, pero resulta que no, las vivencias de Mundito parecen no ser cuentos.


Ilustración: Marvin Eliseo Vásquez.



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