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Foto del escritorValerie Rodas

ESPEJO

“Yo le quería con toda el alma, como se quiere sólo una vez, pero el destino cambió mi suerte, quiso dejarme sin su querer…”


Su mirada está perdida en el cemento, ahora, llora sobre un hombro ajeno al de su usual compañero. El potente sol de casi el mediodía enrojece la piel de los presentes. Por cincuenta quetzales más, el sepulturero pinta el interior del oscuro agujero en la pared, utilizando cal para asegurar que las cenizas del difunto permanezcan en el espacio más agradable posible para su eternidad.


Junto a su hija, la viuda permanece desorientada frente a la nueva morada de su amado. Con él vivió todo durante toda la vida, desde la juventud en su patria hasta la vejez juntos, cumpliendo por décadas, el anhelado sueño americano. Esa calurosa mañana de sábado, aquella mujer con ojos rojos por el llanto y la resignación, dejaba ver en su rostro el vaivén de irrepetibles recuerdos. El fúnebre instante daba pie a reflexionar sobre la ironía de haber vivido una vida lejos de su familia para finalmente volver y descansar en paz en su ciudad natal. Sucede que traducir la vida al inglés es el objetivo de miles de guatemaltecos porque en esta parte del mundo, a veces, ni la muerte se respeta.


La pertinaz calma es inquietante en el Cementerio Nacional, mismo que fue diseñado hace más de 140 años como un reflejo de la Ciudad de Guatemala, trazado al estilo de un tablero de ajedrez, las manzanas de terreno son conocidas como cuadros, situados en la zona 3 y abarca desde la 19 calle hasta la 26 calle y de la 4 avenida a la 7 avenida. Está dividido en tres áreas: los panteones o sepulcros familiares también llamados mausoleos, las  sepulturas colectivas llamadas galerías y los terrenos (nichos) para personas de menos recursos, sector conocido como “La Isla”.


En agosto de 2022 en una grotesca publicación de un diario, se notificó a la población de la exhumación de oficio que se haría a más de 6000 nichos por falta de pago; cada cuatro años algún familiar o interesado debe pagar ciento ochenta quetzales a la administración del cementerio para conservar el espacio donde descansan los restos. La segunda renovación, tiene un costo de doscientos quetzales.


Hace más de dos siglos, los difuntos descansaban donde está ahora el Mercado Central, posteriormente fueron trasladados al actual Parque Enrique Gómez Carrillo, sobre la 6 avenida entre 15 y 14 calles de la zona 1, allí donde el Paseo de la Sexta se convierte en incertidumbre en dirección hacia la 18 calle. En 1833, el cementerio fue reubicado cerca del Hospital San Juan de Dios y finalmente, por orden de Justo Rufino Barrios, se ubicó en la zona 3 capitalina en el espacio antes conocido como el Potrero García.


Los callejones del cementerio susurran decenas de miles de nombres y fechas, avanzando es visible la desigualdad económica del país, hay nombres plasmados en mármol y otros escritos con un dedo en el cemento, algunos incluso colocaron cartulinas, otros fueron identificados con pintura y muchos, ya no son legibles. Hay colores e imponentes edificaciones con apellidos conocidos que son reflejo de esa irracional manía de demostrar poder hasta con los huesos.


“…Tan sólo el tiempo borrar podría, aquellos años de tanto amor y una mañana de frío invierno, la luz del alba se oscureció…”


A decenas de lápidas les hace falta la fotografía que estaba incrustada, a algunas les han arrancado pedazos del mármol, piedras preciosas, cruces, incluso hay mausoleos que se han utilizado como bodegas, otros que tienen los vidrios quebrados y están ya sin puertas, quedando escalofriantemente abiertos por completo. En 2015 un derrumbe destruyó 18 mausoleos que cayeron al relleno sanitario y es que como si la zozobra de la muerte no fuera suficiente, al costado del Cementerio General se ubica, en unas 19 manzanas de terreno, el “Basurero de la zona 3” que recibe miles de toneladas de desechos al día. El relleno está rodeado de un río de aguas negras y es también hogar de decenas de familias que encuentran allí una oportunidad para sobrevivir, muy cerca de la basura.


La viuda espera el cierre total con cemento de la grieta que clausura una parte de su vida, los trabajadores ya no se conmueven ante las lágrimas ni ante el sufrimiento, su empatía está cansada y sólo buscan terminar lo más pronto su objetivo y recibir  el pago pactado. Como si nada, conversan entre ellos mientras el canto armónico y nostálgico de un amigo busca dar consuelo al momento con la letra de “¿Dónde estás corazón?” del grupo musical de antaño, Mocedades.


“Dónde estás, corazón? no oígo tu palpitar, es tan grande el dolor…”


El primer entierro registrado en esta necrópolis fue el de lgnacio Zamora, de 38 años, era de Sololá y fue el 1 de julio de 1881. El cementerio consta de 24 bloques para sepultura y se suma el cuadro de “Los Cerritos” que son montículos prehispánicos habitados por grupos mayas del 1000 a. C. al 100 d. C. que mantenían comunicación con Kaminaljuyú según datos publicados por Prensa Libre. En 1885 se emitió la Ley de Cementerios, que estableció la administración por parte del Hospital General y por ello, actualmente, pertenece al Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS). Los cementerios de La Verbena, La Villa de Guadalupe y Los Caracoles (Tapias), también están bajo la jurisdicción y administración del Cementerio General.


En varias de las paredes del camposanto hay marcas de pandillas, se observa ropa desgastada tirada en el suelo y muchísima basura. Algunos de los trabajadores cuentan que espantan, que hay muertos que salen a pedirles que les coloquen flores o niños invisibles que corren en los alrededores, otros se preocupan más por quienes andan con la vida a medias profanando tumbas. Los visitantes llegan cautelosos, se sientan a conversar con sus seres queridos que han partido cuidando de reojo que no les hagan daño los vivos.


Al acercarse a la zona que está cercana al vertedero, pasa una patrulla policial que está haciendo ronda en diversos sectores, los perros, dueños de sí mismos, lamen sus patas mientras descansan a la sombra de los antiguos árboles. De pronto aparecen decenas de zopilotes vestidos acorde a la naturaleza de la necrópolis, con su plumaje negro, sus picos carroñeros y la mirada tan profunda como si supieran de todos los humanos, sus secretos. Cuando están en las alturas no son tan imponentes como cuando están en piso firme, de frente son grandes, retadores, observan todo y sus gruesas patas blancas reposan sobre lápidas como si la imagen fuera una pesadilla, como en un cuento de terror. También se les conoce como buitres, el nombre se deriva de la palabra en latín “vultur” que significa "destrozador" en referencia a sus hábitos alimenticios. El nombre de la especie, “atratus”, significa "vestido de negro", tomado del latín “ater” que significa “negro”. Los zancudos también están buscando alimentos, también de luto, curiosamente, sus patas son blancas h pican desesperados a quien sea y quién sabe dónde han estado antes.


Cerca del borde del barranco hay una cinta amarilla que indica precaución, desde arriba se pueden observar los camiones de basura cumpliendo sus rutinas, son cientos de ellos los que descargan toneladas de desechos de la ciudad cada día. Durante la curiosa estadía en el sector, hay un indiscutible ambiente de desconfianza, se sienten en la mente las miradas escondidas que provocan nerviosismo, no las de los muertos sino las de quienes están medio vivos, parece ser que no les gusta que alguien esté por allí y de pronto una sensación de urgencia como instinto de supervivencia  obliga a huir del lugar; las grandes alas de los zopilotes, tal vez cómplices, se abren para alzar el vuelo y ceder el solitario paso.


La viuda abre su monedero y entrega lo pactado al sepulturero, ciento cincuenta quetzales más lo de la cal. Seca sus lágrimas y pide favor para colocar flores en la pared que permanece fresca. Aún no hay un nombre, por el momento es un número lo que identifica a su mitad.


“…Yo quisiera llorar y no tengo más llanto, le quería yo tanto y se fue para nunca volver…”


El Cementerio General fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación el 13 de agosto de 1998 por acuerdo ministerial 328-98 del Ministerio de Cultura y Deportes y no es para menos ya que hay joyas de la arquitectura y muchas personalidades que cuentan la historia de este país, tales como Jacobo Árbenz Guzmàn, Justo Rufino Barrios, Oliverio Castañeda de Léon, Manuel Colom Argueta, José Milla y Vidaurre, Jorge Ubico Castañeda, María Cristina Vilanova, José Miguel Ydígoras Fuentes, Vicente Cerna y Cerna, entre otros artistas, personalidades, intelectuales, políticos y de más.


Una familia que emigra para un mejor futuro pero que vuelve porque extraña su raíz, desigualdad en cada sector, derrumbes, autoridades ausentes y presupuesto mal ejecutado, abandono, miedo, trabajadores,!buitres oportunistas, perros callejeros, familias que lloran a sus muertos, delincuencia, pobreza, colores, riqueza arquitectónica e histórica, ¿y es que acaso el Cementerio Nacional se asemeja a un espejo de la realidad actual?



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