Cuenta la historia de la humanidad que las primeras celebraciones de cumpleaños se remontan a las antiguas culturas egipcias. Eran los faraones quienes conmemoraban el día de su nacimiento con elaboradas festividades.
Tuve la dicha de asistir a una piñata del hijo de una muy querida amiga; lo reflexivo en esta celebración fue justamente lo mucho que tal evento distaba de las elaboradas festividades de los faraones.
Fue un momento cálido, sin pretensiones, orientado a la diversión para los niños. Algo escaso en esta época de egos descontrolados, y es que hasta en las celebraciones de cumpleaños infantiles, las excentricidades de la era del “quién tiene más”, han sofocado la inocencia de celebrar los primeros años de vida.
En nombre de las fotografías espléndidas y perfectas, el disfrute, parece haber quedado opacado por colores neutros, gigantescos números, letras y detalles exuberantes alejados de la simpleza de las golosinas.
Recordé en esa mañana, lo esencial, la importancia de retomar el pensamiento de aquella niña que disfrutaba del instante y se asombraba de todo.
Un payaso que alegró respetuosamente a los infantes, aire fresco en un espacio boscoso y de fácil acceso para los invitados. Sonrisas genuinas en las mesas, acompañadas de decoraciones precisas, acordes a la niñez.
Una piñata llena de dulces Diana, tan clásicos, tan deliciosos. Una refacción simple como exquisita, llena de esa nostalgia de saborear la comida hecha con amor, panes con ensalada de pollo, papalinas y una coca-cola de botella, bien fría. ¡Un festín de recuerdos y serenidad!
Una mesa de regalos discreta y un pastel con sabores de infancia, sin complicaciones, como era antes de la infinidad de combinaciones para impresionar, una esponjosa mezcla de vainilla, chocolate y cajeta.
Para el entretenimiento de los niños, habían dos porterías y es que qué más se necesita que una pelota, la energía y el entusiasmo de ser niño; corrían todos, sin adiciones a las pantallas, las niñas se acercaban un poco tímidas al campo para entrar a la chamusca, pero rápidamente eran también parte del juego.
Se nos está saliendo de las manos lo esencial. Nos hemos convertido en humanos inmersos en una competencia interminable y agotadora de demostrar quién tiene menos y quién tiene más; ahora involucrados en una carrera absurda por utilizar la inteligencia artificial en la vida diaria sin siquiera haber utilizado correctamente, la natural.
Fue una vivencia fabulosa que me devolvió memorias, sonrisas y que se transformó en un contundente recordatorio de lo mucho que debemos recuperar para volver a ser, humanos.
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