¿Qué precio tiene el acto sexual, cuánto cuesta entregar el cuerpo con el alma suspendida, como en en pausa?
La profesión más antigua de la historia, comienza su jornada temprano. Mientras haya demanda, habrá oferta. Ellas siempre limpian su banqueta.
Las miradas curiosas acechan cada movimiento, contrario a las autoridades que simulan desconocer los hechos.
Hombres en motocicleta y también a pie, pasan preguntando el precio, tal y como se averigua el valor de cualquier mercancía, aunque allí, en La Línea, lo que se comercializa es un cuerpo ya sea para saciar el instinto o encontrar el placer por costumbre, obsesión o aburrimiento.
Las habitaciones de colores, con puertas casi diminutas, albergan en su interior una pequeña cama, el instrumento imprescindible para ejecutar el negocio.
En uno de los cuartos hay una pequeña mesa que sostiene algunos artículo de higiene personal. Es testigo del acto, un rollo de papel higiénico y toallitas húmedas “pom-pom”.
La cama se cubre con una frazada, las hay de varios colores, una de tantas es azul pavo con una textura afelpada que bien podría utilizarse para un cómodo descanso.
Una silla plástica acompaña la espera, ese momento agridulce de conseguir un cliente y obtener dinero, pero a cambio de entregar acceso a los genitales y seguir así destruyendo los sueños de la niña que quería trabajar dignamente y triunfar.
¿Qué precio tiene el acto sexual, cuánto cuesta entregar el cuerpo con el alma suspendida, como en en pausa? La respuesta no alcanza ni siquiera los billetes de más alta denominación; por sesenta quetzales, en La Linea, se entrega el cuerpo mientras se pone en pausa el alma y el corazón.
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