Estos días de feria he estado entretenida con este curioso y tradicional juguete guatemalteco. A mis mascotas, el sonido, les causa terror pero es difícil resistirse a girar este pequeño invento con rapidez para generar el característico “ronroneo”.
Cuenta el internet que su creación ocurrió a finales del siglo XIX y en el país, hay cientos de artesanos dedicados a la elaboración de los ronrones o chicharras, como también se les conoce.
Este cilindro de cartón rodeado con plumas de colores, lleva consigo un palo de madera pequeño que se amarra en un extremo con una pita delgada de maguey, este se pinta con tempera o anilina, mismo proceso que da color a las plumas que son obtenidas de una gallina blanca para que puedan teñirse bien. A esta pieza se le aplica brea la cual es obtenida del pino.
Es la fricción, con rapidez, entre la brea y el maguey, la que produce el característico chirrido que se transporta por la pita hasta llegar la caja de resonancia cilíndrica que amplifica el sonido.
Algo tan simple pero a la vez creado con dedicación, brinda a niños y adultos guatemaltecos, muchas horas de sana diversión. 🇬🇹