Alberto creció en una familia católica, estudió también en un colegio católico; se desenvuelve actualmente en el ámbito legal y quien le conoce dirá que es un hombre “buena gente”, positivo, servicial, dispuesto a hacer bromas para acompañarlas de una fuerte carcajada, puede que pocos se percaten de su inquebrantable devoción a menos que iniciaran un acalorado debate respecto a cuál es la marcha fúnebre más bonita. Va llegando a la cuarta década de su vida y hace apenas unos meses conoció a su hija quien recién respiró el aire de este mundo. En Guatemala, existen miles de cucuruchos que esperan con ansias la Semana Santa. Conversé con uno de ellos, un guatemalteco que desde niño conoció esta forma de vida.
A pesar de no ser católica, entiendo cuál es su función durante un recorrido procesional, pero no me había detenido a conocer más allá del tradicional color morado de los cucuruchos. En algunos países usted podría referirse a la cima de una montaña como un “cucurucho”. La RAE también define la palabra como “Papel, cartón, barquillo… arrollado en forma cónica, empleado para contener dulces.” y la segunda definición es la que en este país hace más sentido: “Capirote cónico de penitentes y disciplinantes.”
A Alberto lo conozco desde hace más de una década, es un buen amigo a quien en realidad considero más como familia. Junto a su esposa, viven las tradiciones de la Semana Mayor con un genuino interés. Durante todo el año, su hogar permanece adornado con imágenes religiosas y tonos de color blanco y morado. Es común visitarlos y encontrarse con alguna marcha fúnebre emitida desde su equipo de sonido o algún video de una procesión en la televisión. Lo que me ha llamado siempre la atención es que su devoción no es un apasionamiento exagerado que implique un enajenamiento del día a día ni evite una agradable convivencia entre diferencias de pensamiento, en realidad su diario vivir está estrechamente ligado a su fe y a esperar durante el año esta significativa semana. Como dato curioso, estuve presente en la reunión de revelación de género de su bebé, para algunos explotar un globo con papelitos de color rosa o celeste es la forma de saber el género pero para este matrimonio, fue a través de una túnica infantil o de un pequeño vestido de devota cargadora que se reveló la llegada de su hija. Cuándo le pregunté qué significa ser cucurucho, me respondió: “Por muy romántico que parezca, ser cucurucho es un estilo de vida… desde el momento en que se decide cambiar la playa en verano por cansancio, caminatas y música fúnebre…”
Este joven casi cuarentón es alguien que disfruta de ser reservado respecto a sus emociones y estilo de vida, sin embargo, me sorprende su extensa y apasionada respuesta respecto a la razón de vivir durante el año sin túnica pero como un cucurucho de corazón: “Porque nuestro conteo del año va de Cuaresma a Cuaresma y no de Año Nuevo a Año Viejo. Porque el conteo de las efemérides giran en torno a aniversarios de consagración, de tiempo de cargar, de estreno de marchas o túnicas. Porque recordamos los eventos de acuerdo a cuánto tiempo ha pasado desde la Semana Santa, por ejemplo que el “cumpleaños de fulano” fue dos fines de semana después del Viernes Santo." Respecto a la importancia de la Semana Mayor continúa: “...la Semana Santa es muy personal para el cucurucho, es una época de apartarse de todo el bullicio físico y mental… porque en esos minutos que dura un turno uno decide hacer una introspección, y una acción de gracias.”
No es necesario narrar lo que este cucurucho me cuenta ya que él transmite a la perfección sus vivencias. Sobre sus inicios me relata: “Mi recuerdo más lejano de una participación en una procesión, creo que fue en 1988 cuando hice berrinche por cargar en la infantil de Santo Domingo, al año siguiente ya lo logré, con trajecito. Formalmente en las “grandes ligas” empecé en 1996, siempre en Santo Domingo, por lo que este año vamos por los 28 años, primero Dios”. Personalmente, me causa fascinación la relevancia que ha tenido en su vida el ser un cargador. Alberto me sigue compartiendo su experiencia como pocas veces se extiende en algún tema: “Este año se cumplieron 50 años de la consagración del Señor Sepultado. En 1996, durante mi primer turno, todo era novedad y nervios; recuerdo ir en filas y cuando me tocó mi turno en la décima avenida “A” y segunda calle de la zona dos, vi acercarse el anda del Señor y me causó impacto dimensionar el anda tan grande y pesada, fue muy especial. En 1998, cuando se celebraban los 25 años de consagración, sucedió un hecho muy importante, mi papá que estaba de viaje desde hacía tiempo, regresó justo ese día, lo volví a ver mientras llevaba en hombros a Jesús en el Parque San Sebastián y 25 años después, es decir, este 2023, me tocó vivir esta celebración un poco más maduro, siendo papá, con más responsabilidades, ya no tan inocente y por lo tanto más crítico de lo que sucede en estas actividades, pero siempre con el corazón lleno de felicidad, de agradecimiento y con la petición de poder vivir más Viernes Santos al lado del Cristo del Amor.”
Como una persona no católica, que ha visto desde una perspectiva cultural, durante más de 20 años, los cortejos procesionales del centro de la ciudad, percibo que hay cierta “competencia” entre hermandades y que cada cucurucho se identifica fuertemente con la que pertenece, aunque todos carguen andas de varias iglesias. Alberto se identifica con la antigua Iglesia de Santo Domingo de la Ciudad de Guatemala, hoy, Basílica de Nuestra Señora del Rosario, su preferencia se sustenta en la unión familiar: “...recuerdo que allí era la cita de la familia cada Viernes Santo, siempre en el tercer arco de la izquierda. Allí acudían mis tías y mi mamá con mi abuelito a ver la salida de la procesión. Ya luego vinieron más procesiones, pero la primera por devoción e historia familiar, siempre ha sido Santo Domingo.”
Usualmente, en mis entrevistas pregunto cuál es el género musical o canción favorita, con este guatemalteco, el giro fue el de las marchas fúnebres: “En cuanto a marchas hay muchas, normalmente podría pensarse que las “oficiales” de Santo Domingo: La Fosa y la Marcha Fúnebre de Chopin. Generalmente para los cucuruchos siempre hay una “marcha del año” y así hay varias como “En tu memoria”, o “Señor de las angustias”, pero hay una que cada vez que escucho me produce un sentimiento de tristeza y que la hace especial y favorita: “La oveja de Jesús de San Bartolo.”
Para Alberto el momento cúspide de la Semana Santa es cuando “el Cristo del Amor” se asoma por la esquina del Portal del Comercio y la Catedral Metropolitana de Santiago de Guatemala mientras suena la marcha llamada “La Sangre de Cristo” y los rayos de sol reflejan en la urna “del Señor”. Continúa: “..y es allí cuando uno piensa: este es el momento de la Semana Santa, es el principio del final.” Volviendo a la interrogante inicial, ¿qué es ser cucurucho? Alberto responde: “Ser cucurucho siempre es herencia, lo principal es que así como hay oficios necesarios, zapateros, panaderos, etcétera, el cucurucho es necesario para mantener viva la fe. En la comunidad católica gracias a grandes cucuruchos en la época liberal y cuando la iglesia católica sufrió una fuerte persecución, fueron las procesiones los medios para mantener viva la fe del pueblo de Guatemala.”
Hace algunos años mis aprendizajes de infancia me hacían estar segura de que era mi religión la correcta y que quien tenía otra creencia, iba directamente al infierno. Afortunadamente, la independencia y la voluntad para analizar y modelar estructuras de pensamiento, me han permitido arrancar prejuicios y comprender a los demás sin creer que es mi perspectiva la verdad absoluta. No es un proceso sencillo cuando una creencia está arraigada pero es completamente posible si se busca la objetividad. Sigo creyendo en la base de la religión con la que crecí, pero aprendí que descartar a los demás por no pensar como yo, no puede ser el fundamento para intentar vivir en el valioso principio del amor al prójimo. Imagínese qué disparate sería que luego de toda la pasión con la que Alberto me compartió detalles de su fe, yo quisiera imponer mis creencias. Por otra parte, desde una perspectiva cultural, en un país donde casi la mitad de la población es católica, ¡qué fuerza tiene la Semana Santa! y cuántas vidas ha marcado el paso de una imagen tallada en madera llevada en hombros de hombres y mujeres que agradecen o piden milagros en sus vidas.
Sin duda, la UNESCO tuvo bases suficientes para oficializar la declaración de la Semana Santa de Guatemala como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Terminó nuestra conversación, este guatemalteco tendrá una Semana Santa con menos presencia en las tradicionales filas debido al nacimiento de su hija pero me atrevo a pensar que su presencia en alma y agradecimiento será aún más fuerte porque es ella, justamente, el milagro de su familia. No me queda más que desearles a Alberto y a los miles de cucuruchos guatemaltecos: ¡un bonito y reflexivo turno!
Comments